La libertad guiando al pueblo o La Liberté guidant le peuple (1830) se trata de una de las pinturas más conocidas del pintor francés Eugène Delacroix (1798-1863) ya que se considera la obra que mejor representa su espíritu romántico, y de ahí, que también se le reconozca como uno de los máximos representantes del Romanticismo.
Por lo general, y en el terreno artístico, los artistas románticos emplearon la emoción como su bandera en contra de la primacía absoluta de los postulados de la razón. Contra las normas del academicismo opusieron la libertad creativa. Contra el dominio de la temática heroica y magnificente opusieron lo primitivo y el exotismo, y, en la política, opuestos a la aristocracia y a la monarquía ilustrada fueron ante todo revolucionarios y nacionalistas.
La revolución y la república fueron sus ideales, sin embargo, en ningún caso se presentaron como radicales nihilistas o apóstatas de los cambios sociales, todo lo contrario, siempre se mostraron cercanos a las premisas de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, síntesis, como bien sabrán, de la revolución francesa y el cambio del orden establecido.
Si estamos haciendo hincapié en lo histórico – político, es porque precisamente, La Libertad guiando al pueblo hace alusión a un hecho histórico, como fue la Revolución de julio de 1830 en Francia, que terminó con el gobierno monárquico y autocrático de Carlos X.
Esta obra fue presentada en el Salón de París de 1831 causando un enorme escándalo, tanto por su temática violenta y dolorosa, como por su composición libre y colorista, tan contrarias a las reglas academicistas. En 1855 fue expuesto de nuevo, y con gran éxito, en la Exposición Universal de París, organizada por Napoleón III, posteriormente pasó al Museo de Luxemburgo, y desde 1874 se encuentra en el Museo del Louvre.
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Análisis iconográfico
Esta pintura muestra, de un modo alegórico, los sucesos revolucionarios acaecidos en la capital francesa durante los días 27, 28 y 29 de julio de 1830. En ellos, el monarca Carlos X, perteneciente al reinado de los Borbones, restringió ostensiblemente las libertades del pueblo francés en una conducta plena de autoritarismo, del que rápidamente derivó en un levantamiento por parte de las diferentes clases sociales de la época. La revuelta acabó finalmente con la expulsión del rey, y la consecuente victoria del pueblo francés, que, aunque no consiguió establecer una república, el nuevo rey que ocupó el trono, Luis Felipe de Orleans, fue algo más cercano con la burguesía.
En ese sentido, Delacroix, lo que ha querido representar en este lienzo, es la lucha de las diferentes clases unidas por la libertad, y para destacarlo, vemos como aparecen representantes de varias condiciones sociales, la burguesía, personificada en la figura que lleva chistera y empuñando un fusil entre sus manos, la clase obrera, con una camisa blanca y un sable en su mano derecha, el adolescente, empuñando dos pistolas, representa a los más jóvenes, simbolizando así, el futuro cambio, y la gran masa popular con los brazos en alto, símbolo de la revolución, en medio de la humareda que llena el fondo de la obra.
Al tratarse este de un movimiento puramente social, y sin ningún líder destacable, el pintor ubica en medio del campo de batalla, a una figura femenina semidesnuda, armada con un fusil y portando la bandera tricolor francesa, un personaje, que no es más que la personificación de la Libertad, y por asimilación de la nueva Francia. A sus pies, un moribundo se arrastra hacia ella dándole sus últimas fuerzas, pero lleno de esperanza.
Análisis formal
Ya referente al aspecto formal, y en lo que respecta a la concepción espacial, vemos como Delacroix estructura la composición a partir de una sólida pirámide, seguramente deudora de la Balsa de Medusa, obra de su amigo Géricault, en la que la bandera francesa es el vértice superior, y los cuerpos yacentes del primer término, la base. Por lo demás, vemos como la figura femenina se convierte en el eje central, alrededor de la cual, se distribuyen el resto de los personajes.
Otro aspecto igual de relevante, es la capacidad del pintor por plasmar el movimiento a la escena, dándole una mayor importancia a la línea curva, y elevando ligeramente la Libertad, dejándole sin ningún obstáculo visual que le impida el avance. De esa manera, es como el pintor ha conseguido que la acción se dirija hacia el espectador, y de algún modo quisiera hacerle partícipe del suceso.
En cuanto al color, vemos como la obra se encuentra dominada por las tonalidades oscuras y ocres, y solo en determinadas ocasiones rompe esa monotonía con la inclusión de los colores de la bandera francesa, rojo, blanco y azul.
Dichos colores se encuentran además casualmente iluminados a través de un foco irreal, que el artista solo dispone para resaltar dichas partes, lo que nos indica, que Delacroix ha relegado las funciones naturalistas de la luz y el color a su voluntad, con el fin de crear un dinamismo interno para reforzar el carácter combativo y luchador de la pintura.