La Maison Carrée: uno de los vestigios más hermosos de la Antigüedad

La Maison Carrée de Nimes (Francia), quizás hubiera sido aún más famosa de lo que ya es, si aquí la personalidad de Thomas Jefferson hubiese sido algo más “romántico”. Y es que, seguro que muchos de vosotros conoceréis la anécdota Henri-Marie Beyle, Stendhal ¿verdad? Cuando en el año 1817, el conocido escritor francés, viajó hasta la ciudad de Florencia, y contemplando la maravillosa fachada de la Basílica de Santa Croce, una especie de estremecimiento espiritual, causado precisamente, por aquella sobrecogedora belleza que tenía antes sus ojos, escribió:

“Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.

Desde entonces, llamamos Síndrome de Stendhal a cualquier episodio parecido. En realidad, es una enfermedad psicosomática, que muchos viajeros han experimentado, impresionados por la belleza de edificios milenarios, unos antes que Stendhal, y otros después.

Y aquí, el caso del trotamundos Thomas Jefferson, por aquel entonces, embajador de los recién nacidos, Estados Unidos de América en París, cuando en 1787, llega a la ciudad francesa de Nimes, donde todo lo que vio, le impresionó tanto, que mando levantar planos y construir una copia del edificio que hoy nos ataña, la Maison Carrés, en su estado, Virginia.

Sin embargo, Jefferson no nos dejó líneas de pasión tan arrebatadoras como las de Stendhal, claro que también, era un ilustrado, no un romántico, tan solo dijo “la Maison Carrée de Augusto, es el vestigio de arquitectura más hermoso que nos ha podido legar la Antigüedad”. No es poco, pero no es lo mismo, para que luego digan que para qué sirve la poesía.

Maison Carrée: prototipo del templo romano

Nimes, hoy se siente orgullosa de tener el templo romano mejor conservado de Europa, y razón no le falta. Cuando se construyó, allá por el siglo III a.C., la ciudad se llamaba Nemausus, y era un antiguo asentamiento celta, consagrado por unos fantásticos manantiales de agua, y por una ubicación estratégica, entre los caminos que conectaban el Norte de Europa con el Mediterráneo, la península Itálica con la Ibérica.

Cuando el dominio de la Galia se hizo estable y seguro, es decir, cuando se acabaron las guerras civiles, y se pacificaron los Alpes, Augusto, se centró principalmente en tres cosas: levantar un gran trofeo a la paz en la Turbie, mejorar las comunicaciones transalpinas, y asentar a buen número de romanos en Nemausus, la cual, creció de forma espectacular.

Levantó nuevas murallas, de las que se conservan dos torres de vigilancia, una hermosa puerta, conocida como la Puerta de Augusto, construyó un nuevo acueducto, un gran anfiteatro, un ninfeo, y por supuesto, un foro, coronado por la Maison Carrée, el clásico templo romano, y decimos clásico, porque este no estuvo dedicado como muchos, a las tradiciones deidades romanas, sino al culto imperial, y que se encargó de diseñar, el más cercano de los ayudantes del emperador, el responsable de dotar con las construcciones más hermosas, la ciudad de Roma, Marco Vipsanio Agripa.

Se trata de un templo rectangular, en mármol, de medidas medianas (26 x 15 metros), próstilo (de columnas exentas en su fachada principal, es decir, en el pórtico), hexástilo (con seis columnas en la misma), y pseudodíptero (columnas alrededor de todo su perímetro, pero adosadas al muro en tres de sus cuatro lados). Elevado sobre un pódium, al que solo se accede mediante la fachada principal, y con una cella, (espacio interior) sin ningún tipo de divisiones internas.

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El Carrée d’Art, el tributo de Norman Foster

Es cierto que la Maison Carrée ha perdido gran parte de la decoración escultórica de sus frisos, pero por lo demás, se podría decir que se conserva perfectamente, especialmente su elaborada y finísima decoración vegetal; esas hojas de acanto de sus capiteles corintios, los patrones florales que embellecen el friso, así como la cornisa y los casetones del pórtico.

Y es que, pese a sus más de 2.000 años de antigüedad, el paso del tiempo ha querido tratarle bien, aunque por una sencilla razón, y es que nunca dejó de tener algún uso. Ha sido iglesia, almacén, museo y desde 1840, nombrado monumento histórico de Francia.

Si bien, el buen estado de conservación del templo, se debe también a las numerosas restauraciones llevadas a cabo a lo largo de la historia, la última de ellas, entre los años 2006 – 2011, a través de la cual se limpió la piedra, se restituyeron algún que otro elemento decorativo, se retiraron restos de restauraciones inadecuadas, y consolidaron partes que amenazaban con desplomarse, devolviéndole el esplendor de antaño.

Hoy, justo al lado del templo, que se encuentra felizmente aislado en la gran plaza que lleva su mismo nombre, se alza el museo de arte contemporáneo de Nimes, Carré d’Art, diseñado en 1993, por el arquitecto Norman Foster.

Su proyecto, de cristal y ultramoderno, es una perfecta simbiosis, porque, con todo muy similar, en algo más profundo que los materiales, al templo de Agripa, ambos edificios son capaces de crear un dialogo productivo, que alcanza su cenit al atardecer, cuando la piedra de la Maison Carée, se refleja en los cristales de la Carré d’Art.

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