Allá por el año 1918, cerca de la costa de Chinchorro, en el desierto chileno de Atacama, varios arqueólogos descubrieron unos cuerpos sorprendentemente bien conservados pertenecientes a una cultura desconocida hasta el momento.
El arqueólogo Max Uhle, quienes muchos consideran como el padre de la arqueología sudamericana, acabo estudiándolos un año más tarde llegando a la conclusión de estar ante los restos de antiguos habitantes de la región que mantuvieron contacto con otras culturas peruanas más avanzadas.
Además, se atrevió a clasificar dichas momias en tres categorías diferentes, las naturales, aquellas que se habían momificado sin la intervención humana; las revestidas con una capa de barro, y las de preparación compleja. Sin embargo, por aquellos entonces, la falta de métodos de datación efectiva imposibilitó saber exactamente cuál era la antigüedad de los cuerpos que se dataron erróneamente en dos mil años.
Historia y preservación
Pasaron los años, y en 1983, mientras se realizaban unos trabajos de exploración por la misma zona, concretamente en un promontorio conocido como el Morro salió a la luz una especie de cementerio repleto de cuerpos momificados que parecían muy antiguos.
Inmediatamente el antropólogo Bernardo Arriaza, quien llevaba el mando de las tareas, y su equipo, se encargaron de rescatar más de un centenar de momias para ser trasladadas al Instituto de Antropología de la Universidad de Tarapacá, en Arica, donde fueron estudiadas minuciosamente.
Entre los diferentes análisis sorprendieron sobre todo los resultados de la datación de la prueba de Carbono 14, ya que fue la que confirmó que los cuerpos tenían una antigüedad promedia de unos siete mil años, lo que acabo convirtiéndolas en las momias más antiguas del mundo, incluso mucho más que las del Antiguo Egipto.
Se cree que los Chinchorro descendían de las montañas de Arica y acabaron desplazándose hasta la costa del Pacífico donde decidieron establecerse entre el 7020 a.C. hasta el 1110 a.C. Fue un pueblo básicamente dedicado a la recolección de alimentos y a la pesca, y que no desarrollaron al parecer, ni la metalurgia ni la cerámica, puesto que no se han encontrado ningún tipo de restos de estos elementos en las diversas excavaciones de la zona.
Lo que sí sorprendentemente desarrollaron fue una serie de cultos específicos que tenían que ver con la muerte, dado que así queda demostrado en la complejidad de los distintos procesos de tratamientos y momificación de los cadáveres que llevaron a cabo.
Técnicas de momificación
Primeramente, los Chinchorro se limitaron a enterrar sus muertos en el desierto, sin más, acompañándolos de pequeños objetos de ajuar funerario como anzuelos, redes de pescar o conchas.
Las primeras momias datan del año 5050 a.C., y son las conocidas como momias negras por presentar este color en los cuerpos tras ser pintadas con manganeso.
El proceso de momificación era bastante complejo. Primero se decapitaba el cadáver, y se despellejaba y descarnaba por completo hasta quedar solo el esqueleto. Posteriormente el cráneo se abría para ser rellenado con hierbas, arena y ceniza. Luego se pasaba a reconstruir el difunto uniendo los huesos con cuerdas y encajando el cráneo. Una vez montado se recubría con una pasta blanca de ceniza que sustituía la carne, se colocaba otra vez la piel, y se pintaba con manganeso.
A partir de 2500 a.C. se documenta un segundo tipo de momias, las momias rojas. En este caso los cuerpos no eran descarnados, aunque los órganos se extraían con incisiones. Una vez el cuerpo vacío, se dejaba secar para posteriormente ser rellenado con plumas, tierra, ceniza… y al igual se hacía con la cabeza, previamente cortada. Una pasta de color roja remplazaba la carne del cuerpo y de la cara, y solo esta última se recubría con la piel del rostro. Finalmente, una peluca de pelo humana completaba el conjunto.
Desde 2000 a.C. se empieza a dar una nueva técnica de momificación que consistía en humear los cuerpos y recubrirlos con una gruesa capa de arcilla y arena, y se fijaban al suelo para que no pudieran ser transportados.
Ya en los últimos años de existencia, los Chinchorro empiezan a abandonar dichos procesos para enterrar de nuevo los cuerpos en el desierto, sin más, dejando que la naturaleza se encargara de preservarlos para la eternidad.
- A los 11 años visité el Prado por primera vez y jamás volví a ser el mismo.
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