No muy lejos de esa París imperial de largas y amplias avenidas, existe un lugar donde poder perderse por sus estrechas y empinadas callejuelas, muchas de ellas con escaleras, que nos conducen hacia lo más alto de la colina sobre la que se asienta, Montmartre, el barrio más bohemio de París, el también conocido popularmente como el Barrio de los pintores.
Se trata de un lugar muy turístico, pero con un encanto especial, quizás el mismo que atrajo en su día a que compositores, músicos, poetas y pintores se estableciesen allí, sin ellos, los artistas, tal vez, Montmartre, no se hubiera convertido en lo que es ahora, teniendo en cuenta que, en aquella época, se conocía más bien por ser un lugar poco atractivo, sobre todo para la clase burguesa de la Belle Époque.
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La Montmartre de finales del siglo XIX
Hoy, pasearíamos por sus calles hasta encontrarnos con algunos de sus míticos burdeles y cabarets como el Moulin Radet, el Moulin de la Galette, y por supuesto, el más conocido por todos, el Moulin Rouge, que en la actualidad sigue ofreciendo espectáculos de música y baile.
Igualmente, y solo aquellos más amorosos se dejarán fotografiar tras el gran mural de los “Te quiero”, continuaran el recorrido visitando algunos de sus pequeños museos como el Museo de arte Naïf, tomaran un café en la legendaria Place du Tertre, centro neurálgico de Montmartre, repleta de pintores vendiendo sus obras, y terminaran la jornada subiendo hasta lo más alto de la colina para ver la Basílica del Sagrado Corazón y disfrutar de unas espectaculares vistas del barrio, y al fondo, París.
Sin embargo, y a pesar de que se conservado esa esencia, la Montmartre de fines del siglo XIX, era otra muy distinta a lo que es ahora.
Se podía definir como un microcosmos de pequeñas barriadas entre viñedos, de canteras abandonadas, de viejos molinos, de grandes descampados, en definitiva, el hogar de gente pobre y humilde, y es que más allá, de ese ambiente nocturno, de bulevares con tabernas, burdeles baratos y cabarets, que atraían las miradas por su iluminación, de shows y espectáculos… lo que había era eso, un barrio de carácter rural, pero que fue fruto de inspiración para los grandes artistas.
Y si quieren saber cómo fue, no hay más que dirigirse a ellos, los pintores, los únicos que supieron traspasar a sus lienzos la pobreza de este lugar, Van Gogh, supo sacarle partido a la placidez de sus paisajes rurales, Toulouse-Lautrec, nos desveló la vida entre bambalinas y bastidores de las bailarinas, el aseo personal de las prostitutas, y Degas ilustrándonos el exceso de los locales.
Le Bateau-Lavoir
Este es uno de esos lugares por los que hoy pasaríamos desapercibidos, a no ser que conozcas la historia de antemano, y te pares a observar un pequeño escaparate en los que varios textos y fotografías, te indican lo que fue en su día, un enorme inmueble, el lugar de residencia y reunión de grandes pintores, artistas y escritores.
En el año 1970 fue destruido a causa de un incendio, y desde entonces, tan solo los escritos y fotografías de los más osados han hecho de él que perdurase para siempre, aunque sea en el recuerdo.
Hasta aquí llegaban los artistas de diferentes nacionalidades, en busca de un alojamiento a un precio muy bajo, con unas condiciones precarias, para gestar sus obras, estimulados por la magia asequible de los circos, el ambiente de los burdeles baratos, los shows y espectáculos de mujeres semidesnudas, la picardía de los buscavidas, y, en definitiva, de las escenas de pobreza rural que contradecía el hecho de estar a escasos kilómetros de una gran urbe como era París.
Entre esos grandes pintores y escritores que residieron este lugar estaban Pablo Picasso, George Braque, Ambroise Vollard, Jean Cocteau, Paul Gauguin, Amadeo Modigliani, Constantin Brancusi, Juan Gris… sin contar con la presencia de que por sus calles también andaban nada más y nada menos que artistas como Vincent Van Gogh, Salvador Dalí, Pierre-Auguste Renoir o Toulouse-Lautrec. Gracias a ellos, se le debe esa denominación del Barrio de los pintores, y es que ¿existe un lugar que concentrase tanto arte como este?
Pero volvamos a Le Bateau Lavoir (barco – lavadero), así fue como Max Jacob y Pablo Picasso bautizaron al edificio datado de 1860, porque su estructura de madera con sus largos pasillos, les recordaba a esos barcos amarrados en las orillas del río Sena utilizados como lavaderos.
Le Bateau-Lavoir – cuna del cubismo
Resulta sorprendente las condiciones en las que vivieron todos los artistas que eligieron Le Bateau Lavoir como lugar de residencia, Max Jacob, un gran amigo de Picasso, dijo irónicamente “no es para nada saludable, no hay luz, el mobiliario parece haber sido comprado en un mercado de pulgas, y solo existe un agujero lúgubre como inodoro, y un grifo de agua para todos en la planta baja”, cuando el edificio se sabe que constaba de tres pisos.
Y así, con estas palabras, parecemos estar lejos de ese ambiente bohemio, pues el esteticismo se podría más bien comparar a la crudeza de la miseria. Sin embargo, en esa miseria, fue donde Picasso revolucionó el arte, se buscó a sí mismo como artista, y convirtió su taller en un punto de encuentro, donde discutir de arte con sus amigos.
Una noche, en una de esas reuniones, Henri Mattise, enseña su nueva y última adquisición, una pequeña escultura congolesa, Picasso quedó deslumbrado, pues se dice que no la soltó en toda la noche, estaba a punto de descubrir el arte africano.
A raíz de ese momento, empezó a trabajar en una gran obra, mujeres desnudas serían las protagonistas, y su fuente de inspiración los burdeles de Montmartre. Durante un tiempo estuvo realizando bocetos, hasta que llego el día, invierno de 1906, que se encerró en su estudio, prohibiendo la entrada a sus amigos durante meses. Cuando terminó, julio de 1907, ellos, sus amigos, fueron los primeros en disfrutar en primicia de las Señoritas de Avignon, la pintura que marcó para siempre la introducción de una nueva tendencia en el mundo del arte, el cubismo.
A pesar de la miseria del lugar, Picasso escribió: “Sé que volveremos al Bateau-Lavoir. Es allá dónde fuimos verdaderamente felices, fuimos considerados como pintores y no como bestias extrañas”.