Año 1921, Joan Miró se encuentra pintando La Masía, la casa de Montroig donde veraneaba acompañado de su familia, tras regresar del que fue su primer viaje a París.
Y aunque fue allí, en Montroig donde la comenzó, tras nueve meses de trabajo constante y pesado, pintando cada día en él, y borrando, y haciendo estudios y volviendo a destruir, pues así lo relató en su día el pintor, la terminaba en París, en 1922, después de incluso haberle pedido a su madre, que le enviase las hierbas que crecían alrededor del campo para poder inspirarse.
Sin embargo, y pese a sus esfuerzos, Miró tuvo la necesidad de vender esta obra, una obra tan apreciada que ya el mismo pintor la consideró una de sus piezas claves en su carrera artística, describiéndola como “un perfecto resumen de toda mi vida en el campo”, sintetizado muy bien aquella relación mítica que mantuvo por estas tierras.
Después de un tiempo, el artista se dio cuenta que no había manera de que ningún marchante se quedara con ella, “ni tan siquiera la miraban” aclaraba. Finalmente, Léonce Rosenberg, le propuso cortarla en ocho pedazos, pues aseguraba que “en París, la gente habita cámaras pequeñas” y las dimensiones de su obra impedían de hacerse con ella.
Pese a todo, el artista prefirió seguir viviendo en la miseria, pero con su pintura, hasta que, en 1925, Ernest Hemingway se la compró para regalársela a su esposa, Mary Welsh, la misma que 1987 la donaba a la National Gallery of Art, Washington, D.C, donde hoy se encuentra.
Si Miró hubiera seguido el consejo de aquel marchante, La Masía, hubiera acabado como muchas obras de Magritte, Picasso, Ramón Casas, Manet o El Greco, hecha pedazos, fruto del interés del mercado, el propio artista o por problemas de espacio.
Relatos de nuevos descubrimientos
Miró no quiso acabar con su cuadro, pero a Magritte parece ser que no le quedó de otra, y eso le pasó con “La pose enchantée”, (1927), donde quizás sus irrelevantes influencias picassianas, pero sobre todo un momento de dificultades económicas, cuando el lienzo alcanzaba un precio muy elevado, obligó a deshacerse de ella, cortándola en cuatro pedazos, un enigma que recientemente se ha descubierto tras la aparición de la última pieza.
Y es que, en ocasiones, como habéis podido comprobar es el propio artista quién está detrás de la mutilación de sus obras, pero son muchas las otras las que han sufrido una amputación por el cambio de gustos, y modas, así como por la violencia de los movimientos iconoclastas.
El mercado del arte, es también otro de los culpables de la disgregación de gran parte de las obras de arte, no hay mejor ejemplo que el de los retablos góticos, al acabar vendiendo sus tablas por separados, desperdigando todo un conjunto, y después intentando explicar una historia parcial, que solo tiene sentido si se juntaran.
En 2010, y gracias a una exposición realizada por el Museo Picasso de Barcelona, se pudieron ver juntas dos partes de la obra El abrazo, realizada por el Pablo Picasso en torno al año 1900.
Fue Eduard Vallès, conservador del museo, quién logró reunirlas tras haber localizado en 2004, durante una visita al Museu Diocesà de Barcelona, un fragmento alargado de unos 12 cm de ancho, que provenía de una colección particular, y a que, a pesar de su irrelevante motivo pictórico, aparecía firmada por el artista.
Lo curioso, es que ambas pinturas aparecen firmadas, pudiéndose deducir que la del pequeño fragmento fue la primera en realizarse, luego por los motivos que fuese Pablo decidió cortar la obra, volviéndola de nuevo a firmar.
Un corte y listo
Otros motivos de mutilación, por muy aberrantes que os pueda resultar, son ciertos, es el caso de El tándem, una pintura muy conocida de Ramón Casas, que fue adquirida por Lluís Plandiura, uno de los grandes coleccionistas catalanes del siglo XX, que acabó cortándola para que cupiese en el comedor de su casa.
Actualmente la obra se exhibe en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, mientras que Els Quatre Gats, la taberna por antonomasia donde asiduamente se reunían los artistas referentes del modernismo catalán, y el lugar para donde fue pintada la obra, cuelga hoy una copia con sus verdaderas dimensiones.
Y precisamente al mismo Casas, le recortaron otra de sus pinturas, en este caso se trata de A los toros, un enorme lienzo pintado en 1886, que media dos por cuatro metros, y que fue exhibido en París al año siguiente de este acabarlo.
Con el tiempo, la historiadora de arte, Beli Artigas, encontró un grabado que databa de la misma fecha en la que la obra fue terminada, descubriéndose como de nuevo, la mujer que lo heredó, la cortó sin piedad por tres de sus lados, porque no caber en su piso barcelonés.
Se trata este, de un cuadro en el que el artista quiso reflejar el momento de la entrada a la plaza de toros que se ubicaba en la calle Goya de Madrid, un edificio que llamaba la atención por su hermosa fachada principal al estilo neo – mudéjar, y que ya el pintor por no cortar el edificio, se vio obligado a pintar mucho cielo, un cielo que su nueva dueña si cortó, y que por el lado de la derecha, para evitar que cortasen su autoría y el año, partieron por la mitad a una de las figuras que aparece en la pintura.
Cuadros dispersos
Y cambiando de artista, pero no de tema, nos vamos ahora con Édouard Manet, quién también tuvo que recortar su obra Episodio de una corrida de toros, que realizó durante uno de sus varios viajes a España.
En el año 1884, la presenta en el Salón de París, pero las críticas que recibió fueron tan duras, tanto por las perspectivas como por la técnica, que para intentar recuperarla decidió cortarla en dos, desde entonces, por un lado, tenemos Corrida de Toros, que se encuentra en la Frick Collection de Nueva York, y por otro, El torero muerto, que se exhibe en la National Gallery of Art de Washington.
Peor suerte fue la que le deparó a otra pintura, también suya realizada en 1867, La ejecución del emperador Maximiliano, con la que quiso conmemorar el ajusticiamiento de este emperador mexicano por parte de las tropas de Benito Juárez.
Cuando Manet fallece, una obra que era igualmente de grandes dimensiones (252 x 305 cm), fue hecha pedazos y vendida por trozos a varios coleccionistas privados, hasta que otros de los grandes pintores franceses del siglo XIX, Edgar Degas, se empeñó en hacerse con todos para recuperar el lienzo en su totalidad, aunque no logró completarlo.
Tampoco sabemos porqué, ni quién le cortó las piernas al pobre San Sebastián que pintó El Greco entre 1610 – 1614, y que hoy se conserva en el Museo del Prado, después de que, en 1959, la parte superior fuera donada por Blanca de Aragón, condesa de Mora, y en 1987 la institución adquiriese la parte inferior a José Osinalde Peñagaricano, desde entonces ambas piezas permanecen unidas.
Ahora podemos hacernos una idea de sus medidas originales, de casi dos metros de alto, pero aún seguimos pensado ¿Qué significado tiene quedarse con medias piernas, aunque sea de El Greco?
- A los 11 años visité el Prado por primera vez y jamás volví a ser el mismo.
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