Se cumplen 100 años de la muerte del pintor Gustav Klimt

Muy pocos conocerán el rostro de Gustav Klimt, aunque bien podríamos decir, que su imagen ha estado siempre representada a través de lo que tanto amaba, el arte, su arte.

Aquellos que sí se atrevieron a escribir sobre él, afirman lo terrible que era relatar la vida de este artista, y no precisamente por sus extensos registros personales, sino más bien, por lo contrario, la carencia de documentos, que se ciñen a hablar de su actitud sobre lo que hacía, o a describir la esencia de sus trabajos. Sin embargo, y por muy osado que parezca, el verdadero escritor, es aquel que argumenta que la falta de información sobre Klimt, no tiene importancia, ya que su arte habla por él.

Klimt, es el arte vienés”, dijo Margarita Nelken al poco de este morir, el 6 de febrero de 1918, hace ahora 100 años. Y precisamente es allí, en Viena, donde deberían algún día de viajar, si de verdad quieren descubrir al pintor, y por supuesto, visitar el pabellón de la Secesión vienesa, un impresionante edificio construido por Joseph María Olbrich, y en cuya fachada, inconfundible por su cúpula de hojas de laurel doradas, reza el lema que rigió la vida y obra de su cofundador, Gustav Klimt, y dice así, “A cada tiempo su arte. A cada arte su libertad”.

Libertad que en ocasiones fue destruida por los nazis, quienes acabaron con tres pinturas que el artista realizó para el Aula Magna de la Universidad de Viena, sus Filosofía, Medicina y Jurisprudencia, rápidamente acusadas de pornográficas, pues si por algo se caracteriza este pintor, es por su lenguaje plástico abiertamente sexual y provocativo.

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Igualmente, también lo hicieron con el cuadro de Bloch-Bauer, rebautizado por los nazis como La dama de oro, para ocultar el nombre inequívocamente judío de la retratada.

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Klimt, el pintor que vestía de oro a las mujeres

Klimt, no era muy aficionado a las palabras y muchos menos a eso de escribir, de hecho una vez escribió un pequeño texto que se titulaba Comentario sobre un autorretrato inexistente, donde hablaba de lo poco interesado que estaba en sí mismo, “Estoy totalmente convencido de que no soy una persona especialmente interesante, soy un pintor que pinta cada día, desde la mañana hasta la noche, y quien quiera saber algo de mí, debería observar atentamente mis cuadros, y tratar de ver en ellos lo que soy y lo que quiero hacer”.

Sus palabras, dictaban algo que nunca se llegó a entender, sobre todo porque era abismal, el contraste tan grande que había entre la sutilidad y delicadeza de sus obras, y sus modales tan directos, tan rudos, marcados además por ese acento vienés, y que a veces acompañaba de su ordinario sentido del humor.

Lo que, si es cierto, es que era un artista entregado a su trabajo, despreocupado también por las opiniones que dieran los demás frente a su obra. Frank Whitford, autor del libro Klimt, escribía como era un día de su rutina “Temprano, todas las mañanas desayunaba en el Café Tívoli en Schönbrunn, y desde allí tomaba un carruaje que lo llevaba a su estudio. Siempre trabajando en compañía de muchos gatos y varias modelos, nunca se tomaba un descanso para almorzar”.

El artista tardaba meses en acabar sus obras, sobre todo si se trataban de encargos mayores, y gran parte de ese tiempo, lo utilizaba en elaborar la complicada técnica de colocar pan de oro, junto a la creación de intricados motivos decorativos en bajo relieve con yeso, ambas perfeccionadas tras realizar un viaje a Rávena, y sentirse atraído por esa técnica, así como por los resultados cromáticos del mosaico.

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7. Klimt Mujer - Se cumplen 100 años de la muerte del pintor Gustav Klimt

Klimt, el seductor

Cuando la obra de Klimt empezó a madurar, se caracterizó por hacer uso de esa técnica que anteriormente comentábamos, el pan de oro, mezclándola con imágenes clásicas, con toques orientales, de dibujos planos, y protagonizados casi siempre, por mujeres de rostros severos en posturas eróticas, marcando sus contornos curvos.

Unas pinturas, que acabaron irritando a casi todas las facciones ideológicas de Viena, ya que los académicos vieron en él un claro simbolismo, aunque demasiado vago, y los católicos se ofendieron por los desnudos.

Y es que por si algo era conocido el artista, era por su poderoso apetito sexual, en un tiempo, donde, además, la pornografía era una industria muy grande, y los hombres recurrían a las prostitutas, seducían a muchachas de la clase obrera, y tenían amantes.

Por lo tanto, la mujer como objeto sexual, era uno de los principales temas de Klimt, Whitford describe en su libro, que el artista “tenía cientos y cientos de dibujos en los que las mujeres desnudas o a medio vestir, aparecían tumbadas en camas o sofás presentando sus cuerpos de manera incitante al espectador”. Era una especie de voyeur, pero capturado a lápiz, algo que solo Klimt podía hacer.

Un hombre, que, pese a no ser muy agraciado físicamente, y vestir de forma estrafalaria, pues siempre iba con una túnica larga y sandalias, tenía un gran éxito entre las féminas vienesas, es más, las jóvenes envidiaban Adele Bloch-Bauer, una de las pocas amantes del artista reconocido públicamente, y la única a la que pintó dos veces.

Fueron, por lo tanto, muchas las mujeres que pasaron por la vida del pintor, no solo modelos, sino también damas de la alta sociedad, y es que su fama de libertino, no impidió a que estuviese muy bien relacionado con la aristocracia y la intelectualidad vienesa.

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