Apolo y Dafne de Bernini. Comentario de un experto

Tras la muerte de Miguel Ángel no hubo ningún otro artista ni escultor que estuviese a la altura de sus capacidades hasta la llegada de Gian Lorenzo Bernini. Arquitecto, dibujante, pintor…rozó la genialidad en todas las artes que cultivó, aunque si hubo una en la que realmente destacó este artista primordial de la Historia del Arte universal, fue en el terreno de la escultura, de hecho, está considerado el padre de la escultura barroca.

Con apenas rivales que le pudieran hacer frente en dicha disciplina a lo largo del siglo XVII, sus obras hacen hincapié en el dramatismo de la narrativa mostrándose así la psicología de los personajes, ya sean religiosos o mitológicos. Precisamente esa caracterización psicológica que Bernini esculpe y llena de fuerza interior, sumada a la delicadeza de los acabados terminarán por otorgarle a sus obras, un extraordinario naturalismo haciendo que un trozo de mármol frío cobre vida en sus manos.

Y es que Bernini, fue todo un revolucionario en el ámbito escultórico. Para empezar, fue quien supo acercar la obra al espectador haciéndole partícipe de la acción. Como buen barroco, amante del movimiento, ya los ropajes no caen en grandes despliegues, ahora se retuercen, se deforman incrementado el dinamismo. También resultó ser sumamente novedosa la relación compleja entre escultura y espacio circundante concibiendo muchas de ellas para ser observadas desde un único punto de vista.

Quizás este último punto no sea el caso de la obra que hoy nos ataña, Apolo y Dafne (1622 – 1624), una obra unánimemente considerada, aún por sus detractores, como la obra maestra de Gian Lorenzo Bernini.

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Análisis iconográfico

El grupo escultórico de Apolo y Dafne representa una escena mitológica proveniente de la “Metamorfosis” de Ovidio.

La historia empieza con una competición de lanzamiento de flechas entre Apolo, dios de los arqueros, de la música y de la profecía, y el dios del amor, Eros. Este último enfurecido por la arrogancia de Apolo, y tratándose del dios del amor decide vengarse lanzándole una flecha de oro causándole un enamoramiento inmediato sobre la ninfa Dafne, en cuya contra recibió una de plata, provocando en ella el absoluto rechazo.

Apolo, lleno de pasión intenta alcanzar a Dafne, sin embargo, esta al no poder liberarse de él acaba pidiéndole ayuda su padre, dios del río, que decide convertirla en un árbol de laurel. Cuando finalmente Apolo consigue alcanzarla, ya convertida en árbol, sus lágrimas de derramaron a la par que pronunció las siguientes palabras:

«Puesto que no puedes ser mi mujer, serás mi árbol predilecto, y tus hojas, coronarán las cabezas de las personas en señal de victoria».

Este es un mito donde la virtud y la lujuria convergen simbolizando así un acto de sacrificio, de castidad eterna, y la obra capta justo ese momento en el que Apolo lograr alcanzar a la ninfa, ya en proceso de metamorfosis.

Como podrán observar se trata de una escultura exenta que permite ser observada desde diferentes puntos de vista, pudiéndose apreciar tanto las distintas expresiones de los personajes como los múltiples detalles de la misma.

Es un momento en el que Dafne se muestra horrorizada ante la mano de Apolo que la sujeta estando ajena del cambio que su cuerpo está sufriendo. De lo contario, Apolo se representa como sorprendido por la transformación de su amada, aunque sin dejar de sujetarla.

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Análisis formal

Sin duda Bernini utiliza el mármol con gran virtuosismo, y eso es apreciable tanto en esa idealización clasicista de las figuras, como en la suavidad y perfección de las superficies que parecen estar lejos de toda realidad, para la cual también colaboró un discípulo suyo, Giuliano Finelli, esculpiendo la parte del follaje.

Hasta el momento nada semejante se había intentado antes en el terreno escultórico, ya que ese tema solo se había dado en pintura, por lo que no cabe duda alguna de que el artista estuviese movido por representaciones pintadas o grabadas.

En cuanto al modelado de la escultura vemos como la luz que incide en ella provoca un ambiente dramático que la hace aún más impactante, una técnica muy interpretada en pintura, como es el claroscuro, tan común del arte barroco.

Desde un principio, esta obra comprada por el Cardenal Scipione Borghese en 1622, estaba colocada en la misma sala de la Villa Borghese donde se encuentra hoy día, aunque más pegada a la pared y descansando sobre una base más baja y estrecha.

La justificación que dio el cardenal para el encargo de esta obra con un tema tan pagano aparece reflejada en un díptico moral compuesto en latín por el Cardenal Maffeo Barberini (futuro Papa Urbano VIII) y grabado en el adorno de la base que dice así “Quisquis amans sequitur fugitivae gaudia formae / fronde manus implet, baccas seu carpit amaras” (“quién ama seguir las huidizas formas de la diversión, al final encuentra hojas y bayas amargas en la mano”).

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