El paso del tiempo ha acabado convirtiendo a ciertas obras de arte en grandes iconos culturales, pues que me dicen de la Gioconda o también conocida como la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, La joven de la Perla de Johannes Vermeer, La Creación de Adán en esa Capilla Sixtina de Miguel Ángel, El beso de Gustav Klimt, El Guernica de Picasso o El grito de Edvard Munch ¿lo conocéis verdad?
Eso demuestra, una vez más, que en ocasiones no es necesario ser un gran conocedor en materia de Historia del Arte para reconocer ciertas pinturas, y hoy precisamente hemos querido hablar de una de ellas, pero en profundidad, se trata de El grito de Edvard Munch, una de las obras expresionistas más conocidas del siglo XX.
Pero antes de empezar, especifiquemos, y es que El grito es el título que toman cuatro versiones distintas, aunque del mismo autor. Nosotros comentaremos la más famosa, que es la que se encuentra en la Galería Nacional de Oslo, en Noruega, y que data de 1893, pero sepan que existen otras tres versiones más, dos que se encuentran en el Museo de Munch, también en Oslo, y la restante que pertenece a una colección privada.
Precisamente, una de estas versiones, el pastel de 1895, salió a la venta en la casa Sotheby´s de Nueva York en el año 2012, convirtiéndose hasta el momento, en la obra de arte más cara vendida en una subasta, pues pagaron por ella nada y nada menos que la cantidad de casi 120 millones de dólares (91,24 millones de euros), quitándole todos los méritos a un cuadro de Picasso, Desnudo, hojas verdes y busto, cuando en 2010, dieron 81 millones de euros.
El grito de Munch y el expresionismo
El grito de Munch es una de las grandes obras maestras del expresionismo, pero… ¿qué es el expresionismo? Es una de las tendencias artísticas más importantes del siglo XX con la que los artistas quisieron expresar aquellos sentimientos, emociones, difíciles de plasmar pues… ¿Cómo representarías tú la pena, la angustia, la melancolía o la desesperación?
Eso mismo es lo que los expresionistas intentaron reflejar en sus pinturas ¿y cómo?, pues a través de movimientos exagerados en la expresión de los personajes, de deformaciones violentas, mediante la utilización de colores más intensos y vivos… en definitiva, la manera con la que ellos se sintieron identificados para transmitir cuales eran sus situaciones personales ya fueran individuales o relacionadas con un colectivo.
Y dicho esto, volvamos a la pintura de Munch, ¿no creéis que se hace palpable?, pues su objetivo no era otro que el de expresar su sentimiento de angustia y soledad.
Y es que Munch, desde muy pequeño quedó huérfano de madre; su padre, que era medico se encargaba de asistir a las familias más humildes, y al no tener con quien quedar a su hijo, se lo llevaba consigo, por lo que desde muy temprana edad estuvo rodeado por la enfermedad, la miseria de aquella gente, y por lo general de situaciones dramáticas. Además, la muerte es algo que estuvo muy presente en su vida, pues al poco de fallecer su madre, fallecieron sus dos hermanas. Se dice de él que no nació para ser feliz.
En un diario escrito por él en 1892 decía: “estaba allí, temblando de miedo. Y sentí un grito fuerte e infinito perforando la naturaleza”. Ese grito no es nada más que EL GRITO, la pintura con la que quiso transmitir todos los hechos que le marcaron a lo largo de su vida.
Análisis técnico y formal
Si en el anterior apartado hablábamos un poco de la temática y el artista en sí, ahora vamos a centrarnos en aquellos aspectos formales y técnicos que contribuyeron a expresar lo que el sentía.
En primer lugar, lo que vemos es una especie de figura cadavérica, y que según las fuentes el artista dice haberse inspirado en una momia peruana que en su momento vio en la Exposición Universal de París de 1867. Esta aparece aterrorizada, llevándose las manos hacia la cabeza, con la boca desencajada y los ojos desorbitados.
La emisión del grito, parece extrapolarse a todo lo que le rodea, por esas trazas ondulantes, mientras que al fondo y tras él, dos personas pasan desapercibidas y ajenas a la angustia del hombre.
Por lo que respecta a la composición, vemos como el artista aplica esa serie de líneas sinuosas alrededor de la figura central y el fiordo, creando esa sensación de agitación y dinamismo, que vienen a contrastar con las líneas ya rectas de la barandilla y el suelo del puente, trasmitiéndonos pasividad y quietud.
En cuanto al colorido, queda claro esa predominancia del color sobre la línea, colores además que son planos y homogéneos, que llenan de fuertes contrastes la composición, con respecto a esa gama fría con el azul del mar, y, por el contrario, una gama más cálida con esas tonalidades rojizas y anaranjadas para el cielo.
Por último, la luz, que como bien se puede apreciar es antinaturalista, ya que no hay ningún foco de donde provenga, de modo que no llega a producirse un juego de luces y sombras. Lo que, si está claro, es que existe un punto de fuga, referente a la perspectiva, y que se encuentra en esa diagonal que nos lleva hasta el final del puente.
- A los 11 años visité el Prado por primera vez y jamás volví a ser el mismo.
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